Con un monoplaza Alpine que no termina de darle confianza y bajo la mirada crítica pero imprevisible de Flavio Briatore, el joven piloto argentino deberá tomar una decisión clave: ¿seguir con una estrategia conservadora o salir a la pista a arriesgarlo todo?
La relación con Briatore, figura influyente en Alpine y en el paddock de la Fórmula 1, ha sido ambigua. Aunque recientemente le renovó su apoyo verbal, también dejó entrever su decepción por los resultados irregulares del argentino. En este contexto, Colapinto se ve obligado a demostrar de qué está hecho. Su rendimiento, y cómo lo perciba Briatore, será determinante para saber si continuará en el equipo después de Canadá o, con algo más de margen, tras el GP de Austria.
Un presente cargado de presiones
Colapinto dejó una excelente impresión en sus primeras nueve carreras con Williams en 2024, destacándose por su velocidad y capacidad de adaptación. Consiguió puntos, firmó actuaciones sólidas —como su remontada en Austin o su largada brillante en Singapur— y se ubicó a la par de Alex Albon en términos de ritmo. Sin embargo, su paso a Alpine no ha sido sencillo.
El A525 se ha mostrado inestable, difícil de manejar y poco confiable. A eso se suma un ambiente tenso en la sede de Enstone y dentro del equipo, donde el auto ha condicionado tanto a Colapinto como a su compañero Pierre Gasly. A pesar de eso, el francés ha sabido sacarle más provecho, lo que agrava la comparación interna.
Los errores cometidos —como el accidente en la práctica de Imola—, aunque propios de un novato, hicieron que Briatore le pusiera condiciones claras: no chocar, terminar carreras y sumar puntos. Desde entonces, Franco ha adoptado una postura más cauta, que se ha reflejado en clasificaciones poco destacadas y carreras sin brillo.
¿Cuidarse o volver a arriesgar?
La gran incógnita es si Colapinto podrá recuperar el nivel que mostró en circuitos como Azerbaiyán, Las Vegas o Austin. ¿Tiene aún esa sensibilidad en el manejo, esa agresividad controlada y esa claridad estratégica que deslumbraron a propios y extraños? ¿O la presión y el entorno le han quitado espontaneidad?
La realidad es que la Fórmula 1 no da segundas oportunidades fácilmente. La exigencia sobre los rookies es brutal, y casos como los de Liam Lawson, Jack Doohan o incluso Bearman y Hadjar lo demuestran. La categoría los impulsa desde la Fórmula 2, pero apenas se acomodan en el asiento, ya sienten el serrucho bajo la butaca.
Montreal: una oportunidad, no un juicio final
El trazado de Montreal, con su historia rica en presencia argentina —desde Reutemann a Tuero y Mazzacane—, será para Colapinto otra prueba de fuego. Si quiere mantenerse en la máxima categoría, deberá mostrar señales claras de evolución: consistencia, inteligencia en pista y, si las condiciones lo permiten, adelantamientos que marquen la diferencia.
El auto no ayuda, pero hay margen para la adaptación. Modificar trayectorias, jugar con el reparto de frenado, gestionar el diferencial y ajustar la progresividad en el acelerador son herramientas que Franco conoce. El talento, como la inspiración, también se entrena. La clave estará en recuperar el estado mental ideal que lo llevó a destacarse meses atrás.
El factor mental: el otro gran motor
Más allá de lo técnico, Colapinto enfrenta una batalla interna. ¿Puede reconectar con la confianza que lo caracterizaba? ¿Está usando las herramientas de visualización y activación emocional que los pilotos de elite aplican para optimizar su rendimiento? No lo sabremos, porque ni los equipos ni los pilotos suelen hablar abiertamente de eso. Pero lo que sí es seguro es que esos factores —calma, fuerza, claridad e inspiración— son tan importantes como la puesta a punto.
Franco aterrizó en la isla de Notre Dame con más que un casco y un traje ignífugo: trajo sobre sus hombros un dilema y sobre su maleta, un peso que no se mide en kilos, sino en expectativas.